Sábado 14.08.2010
Que Pasa
Caminos del tabaco
No muchos lo saben pero en el norte del país existen productores tabacaleros. Desde hace tres generaciones se han dedicado a un cultivo y a una forrma de trabajo que hoy sienten amenazada.
Fernán R. Cisnero, en Artigas
Son la pieza más vulnerable en la guerra más importante que haya entablado el Estado uruguayo en bastante tiempo. El previsible daño colateral que nadie sabe que existe. Es lo que les toca pero se comportan como si no lo supieran.
Son los plantadores de tabaco del norte del país. Un centenar y medio de familias que se reparten las 300 hectáreas tabacaleras de los departamentos de Rivera y Artigas, territorio exclusivo de una producción que supo de tiempos mejores y, algunos temen, está en peligro de extinción. O de transformación, que a aquellos que se han dedicado las últimas tres generaciones a ese negocio, les resulta un atajo hacia la extinción.
Cuando se anunció el lanzamiento de la campaña contra el tabaco durante el gobierno de Tabaré Vázquez, la por entonces ministra de Salud Pública, María Julia Muñoz, avisó que iba a atender la situación de las familias plantadoras de tabaco, potenciales desocupados. Cinco años después, eso no ha ocurrido y cuando se intentó algo -el programa Uruguay Rural, por ejemplo-, se ha hecho tímidamente o, dicen algunos expertos en el tema, sin contemplar la realidad de los tabacaleros. Los productores desconfían de los programas oficiales porque les proponen opciones que en ningún caso, aseguran, les brindan la seguridad que les da un monocultivo para un único cliente. Y muchos, agotados por años de promesas inconducentes, no tienen muy claro qué es lo que les propone el gobierno que sea diferente de viejos planes fracasados.
Esa desconfianza no es necesariamente culpa del empecinamiento o de la ceguera del Estado en combatir un hábito dañino, ni de la ambición de empresas ante tiempos adversos para su rubro. De hecho ambos están de acuerdo en que los productores deben diversificarse. Algunos creen que algo hay en los propios plantadores (algunos pueden alardear de cierto buen pasar; otros son decididamente pobres) que durante 40 años han plantado exclusivamente tabaco para vendérselo a un comprador omnipresente en la región, la tabacalera nacional Monte Paz. Hoy muchos de esos productores coinciden con el Estado y con la propia empresa -que les financia, abastece, supervisa y compra su cosecha-, en que es necesario reconvertirse, generar alternativas, idear un plan B. Pero muchos no lo creen.
"A mí me dijeron que a esto le quedan tres años", dice Charito Montero, la esposa de Delmar Suárez, presidente de la Asociación de Plantadores de Tabaco de Artigas (Apta). Ambos dedican al tabaco dos hectáreas de las 10 que tienen en Tamanduá, un paraje a unos 10 kilómetros de Artigas y al que se accede por un camino de tierra roja que a veces se hace intransitable y tiene leves cuchillas de fondo. Las otras ocho hectáreas, explican vagamente, están destinadas a algunos animales y alguna plantación doméstica. Con más o menos dramatismo, y menos precisión temporal, la idea de que el negocio para ellos está en cuenta regresiva se repite en muchos implicados.
"Esto se termina", coincide Suárez y argumenta en contra de cada una de las propuestas que le plantean desde la empresa o el Estado: sólo le interesa seguir plantando tabaco para Monte Paz. Se habla de criaderos de pollos, plantar boniatos, zanahorias o sandía y para cada alternativa Suárez asegura que las inversiones son prohibitivas y la rentabilidad escasa. "Ya se ha intentado mucho de lo que proponen y no funciona", dice mientras tose y enciende otro cigarrillo.
De hecho para la gran mayoría de los productores es impensable su vida sin Monte Paz, instalada en Artigas desde 1970, hace ya 40 zafras. De acuerdo a un repartido oficial, la empresa tiene como objetivos en la región "experimentar y adecuar la tecnología del cultivo en el área, divulgar y promover el cultivo entre los agricultores" y, en el punto más suculento para los que se dedican al cultivo, "asistir técnica, práctica y materialmente al productor".
Y aunque no lo dice ahí, mantener -ahora en forma anónima porque la ley no le permite donar a una tabacalera- con recursos a las ocho escuelas de su zona de influencia (unos 4.000 pesos cada seis meses) o darle combustible a la comisaría local. También participan en otros rubros: un libro de Charito Moreno está auspiciado por Diego Horta, gerente de producción de Monte Paz, y la cara visible de la jerarquía de la empresa en la zona.
La empresa firma contratos con los productores todos los años al inicio de la zafra, donde se asegura la retribución mínima a pagar por el tabaco cosechado, curado y trasladado a El Fortín, el centro de acopio en la zona de Pintado, en las afueras de Artigas, en terrenos que pertenecían a Ulises Pereyra Reverbel. En invierno los productores van allí a buscar el fertilizante y los náilons para los almácigos; por eso la actividad parece tan sosegada. El movimiento crece entre marzo y abril. En el pico de la zafra esa industria emplea a unas 800 personas.
"Hay una gran lealtad de los productores a la empresa", dice Ricardo Pérez, un psicólogo (profesión que a muchos productores les parece incompatible con la promoción de la actividad agropecuaria) que está al frente de Uruguay Rural, un programa del Ministerio de Ganadería Agricultura y Pesca.
El sistema de adelantos que entrega Monte Paz durante la zafra permite vivir a los plantadores pero también genera una relación que se hace demasiado dependiente, según jerarcas locales. Es una relación que muchos consultados definieron como paternalista y otros como "enfermizamente paternalista". De cualquier forma se ha vuelto indispensable y ha generado su propio universo comercial que se autoalimenta y que no tiene ningún parangón a nivel nacional. Monte Paz, por ejemplo, siempre les asegura un precio mayor que el del año anterior.
Un periodista artiguense nota, con ironía, que el vínculo entre la tabacalera y los productores es muy similar a un sistema comunista: los plantadores sólo tienen que preocuparse de hacer su trabajo. Del resto se encarga Monte Paz.
El sistema hace que algunos productores estén endeudados, pero fuentes de la empresa dijeron que es muy difícil que se ejecute a alguien. Hay coincidencia en que la empresa suele ser contemplativa y generosa y que, sólo en pocos casos han tenido que recurrir a destruir las estufas, por ejemplo, que también financia la tabacalera.
"Este negocio tiende al `cerrá y vamos`", dice Amadeo Francia, un productor de 63 años que dedicó dos décadas al tabaco y hoy trabaja con sus tomates en el invernadero. Vive en Estiba, una serie de casas a las que nunca le falta la estufa de tabaco, y a las que se accede por un serpenteante camino que pasa, en la punta de un cerro, por un cementerio pobre de lápidas con azulejos. "Para allí vamos", bromea Francia. En Estiba no hay productores que tengan más de dos hectáreas y todos "sobreviven" plantando "tabaco sobre tabaco" desde hace 40 años. Mientras tanto, "la gurisada se sigue yendo", aporta Francia, que trabaja con una faja en su cintura en un terreno al que se accede entre durazneros y aparece bastante agreste.
Aunque reconoce, como todos, que la llegada de Monte Paz sacó al paraje de la miseria y, como todos en la región tabacalera artiguense, sólo tiene palabras buenas para la empresa, asegura que se trata de un "cultivo sin esperanza". Y en eso no sólo inciden las políticas oficiales antitabaco (el diagnóstico de decadencia de la industria en la zona ya va para los 10 años, es decir, antes de Tabaré Vázquez, a quien en la región algunos califican de fundamentalista), sino también la falta de una producción alternativa que brinde la misma seguridad que el tabaco.
Asombro se volvió esperanza. De acuerdo a cifras oficiales de la empresa, de aquí, del norte del país, salen las 900 toneladas de producción anual de tabaco uruguayo, que representa el 10% del tabaco con el que trabaja Monte Paz. El kilo está a unos tres dólares y en una buena cosecha se hacen 2.300 kilos por hectárea. El promedio es, de acuerdo a datos de Monte Paz, de chacras de 2,3 hectáreas. Con menos de eso, se saca poco más que un salario mínimo que es muchas veces es el único ingreso de una familia. Algunos se las rebuscan en la caña de azúcar, donde pueden llegar a hacer mil pesos por jornal, otros trabajan en un empleo público y otros buscan changas en la zona o atienden pequeñas quintas.
"Nadie se hizo rico con el tabaco", apunta un productor. Eso es evidentemente cierto pero ha permitido al menos a tres generaciones salir adelante y transmitir los hábitos del trabajo de abuelos a nietos. Todos los avances son gracias a Monte Paz, que se instaló aquí a fines de la década de 1960 para hacer un experimento con los suelos para finalmente quedarse y apoyar el crecimiento de una región que se parecía más a una toldería de ranchos de adobe y ahora tiene caminería y comodidades.
La ilusión de la llegada de la tabacalera queda reflejada en un poema que a fines de la década de 1960 escribió el propietario del primer terreno dedicado al tabaco, Ramón Costa.
La asistente social Gabriela Vasconcellos, quien recuperó ese texto en una serie de entrevistas con los viejos plantadores, hace notar la emoción de Costa y destaca cómo no va a estar agradecida la gente de la zona a Monte Paz. Los productores tienen suspicacias hacia el Estado pero confían en la empresa.
Desde siempre el sistema consistió en que la tabacalera financia las plantaciones y se lleva la totalidad de la producción. Al principio los productores entregaban la hoja pero luego tuvieron que entregarla curada, lo que aumentó los costos y los "números dejaron de dar", opina Vasconcellos para quien esa fue la primera señal de alarma del final del negocio. Desde entonces, y en eso coinciden los muchos testimonios recogidos por la asistente social, el tabaco "sólo da para sobrevivir". O como dice otro pionero de la zona, "con una hectárea apenas se vive para el cultivo".
Muchas de las casas en las que viven los productores son apenas dignas y fueron construidas en épocas de mayor estabilidad del negocio. Todas están acompañadas por ese enorme horno de ladrillos que asemeja la torreta de un castillo. Allí se curan las hojas de tabaco. La tierra en la zona es pobre y arenosa y sirve para poca cosa más allá del tabaco.
Agosto es tiempo de almácigos, así que ahora la actividad es mínima y muchos de los hombres están trabajando en otro lado. Cuando empieza el trabajo fuerte, algunos contratan hasta unos 10 jornaleros. Sólo los productores más preparados o con más tierras han podido hacer una diferencia de dinero importante. En general la producción se desarrolla en minifundios familiares afincados en tierras fiscales, lo que también detiene cualquier intervención estatal pero no ha impedido que muchos tabacaleros vendan sus terrenos para chacras de fin de semana de los artiguenses.
Con su sistema de adelantos, Monte Paz les administra la economía familiar de una manera racional que, muchos temen, los productores no podrían hacer solos. Es por eso que algunos piensan que "si hoy se corta el tabaco, socialmente es un desastre", como dice una fuente de Monte Paz que prefirió el anonimato por respeto a la política de perfil bajo de la empresa.
Aunque el informante reconoce que estos últimos han sido un par de años malos (uno de seca y otro de lluvia), que están "preocupados" y que el cierre es una "posibilidad", asegura que Monte Paz no planea irse. Una de las razones es no dejar en la calle a la gran mayoría de los productores que exclusivamente dependen de su contrato, y que, por ahora, sigue cerrando el negocio. Un documento de la firma, al referirse a perspectivas de futuro, habla de una "prudente expectativa" y menciona varias veces la necesidad de abatir costos.
Este año, algunos productores creyeron que el momento que más temen había llegado. En medio de incrementos impositivos y la pelea del Estado con Philip Morris, Monte Paz (que acusa a su competencia de bajar los precios a niveles de una competencia desleal) demoró la firma de los contratos de zafra y sin ellos no hay dinero, ni trabajo en la región. "Fueron momentos de bastante preocupación", dice Suárez. "Los productores estaban angustiados, fueron días de zozobra", aporta Pérez, de Uruguay Rural, para quien la demora fue el primer problema concreto después de años de rumores y amenazas veladas. "Pero funcionó para sensibilizar a muchos productores de que éste es un proceso que puede llevar al final de la producción tabacalera". Y que la caída se alivia "encarando una producción secundaria".
Eso no es tan fácil. "¿Quién se compromete a comprarnos la producción?", se pregunta Nelson Fernández, un ex dirigente de los plantadores en la portera de su chacra cerca de Guayubira. Dice, y muchos coinciden, que ya se probaron otras cosas y que nada ha funcionado. El principal reparo es el limitado mercado artiguense, aunque desde los programas estatales y municipales se piensa que debería apostarse a la exportación o conseguir llegar al sur del país. Algo es seguro: si todos se van a reciclar, lo van a tener que hacer de manera organizada. Y quizás no deban aguardar que alguien le solucione todo.
Esperan eso del Estado, pero el Estado les ha dado, dice, mensajes poco claros. Desde Uruguay Rural se asegura que ha habido "intentonas interesantes" pero que la logística es difícil y que debería haber una política de incentivo para subsidiar la producción familiar. Los productores que sienten que los están obligando a salir del cobijo de Monte Paz hacia la intemperie de la oferta y la demanda, desconfían de que plantar tomates, frutillas o boniatos los mantenga en pie. Es muy probable que no.
Eugenio Ayala, de la dirección de Agroindustria de la Intendencia de Artigas, agrega que además de la demora en la firma de los contratos, otra "señal problemática" es que "50% de las tierras" dedicadas al tabaco "está en problemas". Para Ayala -quien atiende de jogging en su oficina en la cabecera del puente que lleva a la brasileña Quaraí- "a pesar de que se hacen rotaciones, hay algunas zonas que se han empobrecido y no tienen materia orgánica". Desde el programa Uruguay Rural también se habla de los riesgos del monocultivo pero se atenúan las complicaciones. Las fuentes de la empresa hablan de un cuidado de la tierra, a través de verdeo.
"El eje se está desgastando desde hace tiempo", dice José Luis Fernández, un productor de dos hectáreas de Estiba que parece mejor preparado para afrontar los peligros sobre la industria con su sistema de riego y su infraestructura cuidada. "Y la piola se va a romper por el lado más débil", dice haciendo un gesto que parecería abarcar a todos los productores de la zona. Fernández está confiado, sin embargo, que el negocio va a seguir y asegura que él va a plantar tabaco hasta el último día.
Entre la terquedad y la necesidad, los plantadores de tabaco, se saben prisioneros de un destino implacable. "Están mal acostumbrados", dice un ex jerarca municipal. Y quizás tenga razón pero no hay nada peor que saberse un daño colateral y no encontrar el salvoconducto para dejar de serlo.
Una ley que golpea en el norte
El 1° de marzo de 2006 se estableció la prohibición de fumar en los espacios cerrados, tanto públicos como privados. Fue un decreto de Tabaré Vázquez. Desde entonces, se aplicaron otras medidas restrictivas como la de prohibir la publicidad de cigarrillos, aumentar las advertencias sanitarias en las superficies de las cajillas. Además se aumentaron los precios y los impuestos.
De ranchos y progreso
En una publicación de 2006, Control de Chagas en Artigas, el ingeniero agrónomo Alejandro Bernardo Clavier rescata los comienzos del cultivo de tabaco en la región. El principal impulsor fue su padre Alejandro Juan Clavier.
"En 1969 se traen plantines del sur del país y se plantan en la chacra del señor Ramón Costa" (...) "Lo convencen a Ramón de que haga los primeros ensayos y se plantan por primera vez media hectárea de tabaco. Papá se va y como a los tres meses, lo llaman y le dicen `Clavier, mire que las plantas de tabaco tienen como dos metros de altura`, le hace una propaganda bárbara y le pide que viniera a ver porque estaban impactados con el desarrollo de las plantas. Efectivamente el desarrollo había sido bueno y eso anima a la empresa al año siguiente a radicarse en Artigas y a iniciar los cultivos". (...)
"La zona en ese momento, si bien existía una infraestructura predial pequeña en realidad los agricultores o productores no tenían tradición agrícola, eran zafreros de la caña de azúcar, esquiladores, troperos, a veces changadores de la zafra de arroz." (...)
"Hubo que transformar peones de estancia en agricultores". (...)
"En ese entonces sus casas en la década de 1970, eran hechas de adobe de barro y techo de quincho. Y normalmente eran dos o tres casitas, donde una era el dormitorio, otra la cocina, otra el comedor".
2,30
hectáreas es el promedio de área cultivada por productor en la zona tabacalera de Artigas.
193,4
hectáreas están destinadas al cultivo en chacras en las afueras de la ciudad de Artigas.
870
personas absorbe la totalidad del sistema de producción en el momento de mayor demanda.
420
toneladas de tabaco Virginia se produce en Artigas. En Rivera se produce 167 toneladas de Burley
Variedades uruguayas en el norte
En Uruguay se plantan dos variedades de tabaco. En Artigas (donde hay cerca de 90 productores en 250 hectáreas) se dedican al Virginia, que debe curarse en estufa lo que implica una mayor dedicación. En Rivera se optó por la variedad Burley, cuyo proceso se realiza en galpones; a eso se dedican unos 50 productores que se reparten 100 hectareas. En Artigas, la zafra empieza en julio con la siembra de almácigos que se transplantan en setiembre y octubre. Un mes después se fertiliza y se realizan los tratamientos sanitarios. La cosecha se realiza entre enero y marzo.
(fuente: elpais.com.uy)