mujeres luchadoras

Cultural

Germaine Tillion (1907-2008)
En busca de lo bueno y lo justo
Virginia Martínez
LA VIDA y los compromisos de Germaine Tillion resumen buena parte de la historia del siglo XX: resistente bajo la ocupación nazi y deportada a Ravensbrück, sobrevivió al campo y dedicó su vida a la etnología y a la defensa de los derechos humanos. Denunció los gulag soviéticos y las atrocidades que Francia cometió en Argelia. Presidió la Asociación contra la esclavitud moderna e hizo suya la causa de los indocumentados. Poco antes de morir, centenaria pero no menos enérgica, hizo un llamamiento contra las cárceles secretas de Estados Unidos y la tortura en Iraq.

Etnóloga. Germaine nació en Allègre, un pueblo de Auvergne y muy joven se lanzó a una carrera universitaria dominada por hombres. Apadrinada por el etnólogo Marcel Mauss inició su trabajo en el Aurés, al este de Argelia. Entre 1934 y 1940 vivió con el pueblo seminómada de los Chaouia, estudiando su cultura material, espiritual, y la condición de la mujer.

La antropología de la época estaba muy ligada a la ideología colonial - de hecho el Instituto de Etnología de Francia había sido fundado por el Ministerio de las Colonias- y fue con el objetivo de "contribuir eficazmente a los métodos de colonización" que la joven universitaria llegó a Argelia. Aprendió la lengua, conoció a fondo la sociedad y la economía de los bereberes y estableció lazos con Argelia que fueron decisivos para la difícil tarea que quince años más tarde la llevó de nuevo a la colonia francesa.
Germaine era una estudiante inteligente, curiosa y aventurera, que creía en la misión civilizadora de su país y en la integración de la comunidad árabe con la europea. Volvió a Francia en junio de 1940 para terminar su tesis sobre la genealogía y las relaciones de parentesco de los Chaouia.

Resistente. Días después de llegar a París, los nazis la invadieron. Aunque no tenía vinculaciones políticas, inmediatamente Germaine rechazó la capitulación. Quería hacer algo contra el ocupante aunque todavía no supiera qué ni con quién. En un París donde reinaba un silencio que comparó al de "Pompeya luego de la erupción", tomó contacto con el coronel retirado Paul Hauet. Junto a él inició las primeras acciones de apoyo a los franceses internados en campos alemanes en el norte de África. Bajo la apariencia de ayuda humanitaria hacían llegar pasaportes falsos y facilitaban la fuga de prisioneros.

Más tarde le presentaron al etnólogo Boris Vildé y al antropólogo Anatole Lewitsky, rusos emigrados a Francia luego de la revolución bolchevique. Con ellos y su amiga Ivonne Oddon formaron la red del Museo del Hombre. Intentaron resistir el patrioterismo y el racismo que anegaba el ambiente universitario parisino. Editaron la revista Résistance que convocaba a "hacer cualquier cosa que se traduzca en actos positivos, en actos razonados y útiles" contra los alemanes. Imprimían volantes, ayudaban a los presos y pasaban información militar a los ingleses.

Pero habían reclutado demasiada gente y eran vulnerables. La acción de un par de infiltrados minó la red. A principios de 1941, Vildé, Hauet, Lewitsky y Oddon fueron arrestados. Los acusaron de colaborar con el enemigo enviando a Londres los planos de la base naval de Saint-Nazaire. Hubo diez condenas a muerte. A algunos, entre los que no estaba Vildé, les conmutaron la pena capital por la deportación, que era una sentencia de muerte diferida.

Prisionera. Germaine quedó al frente de lo que aun estaba en pie de la red y se dispuso a reconstruirla. Cuando le presentaron a un nuevo miembro, el sacerdote Robert Alesch, intuyó que el hombre no era de fiar. Pero luego de una investigación en su parroquia y convencida de que la tendencia a ver agentes dobles por todos lados terminaría por paralizarla, siguió trabajando con él.

El 13 de agosto de 1942 se encontró con el cura en una estación de tren. Intercambiaron información, papeles y se despidieron. Al salir de la estación la detuvo la policía. Meses más tarde confirmó la sospecha: Alesch la había entregado. Pero solo al fin de la guerra conoció la magnitud del daño ocasionado por el traidor. Su delación había hecho posible la detención de 50 resistentes y la ejecución de otros 33.

En la prisión de la Santé, se enteró de que su madre también había sido detenida. Durante los meses que pasó en la cárcel parisina, como luego en el campo de Ravensbrück, se preocupó de retener el nombre de las presas con las que se cruzaba. Había empezado el trabajo que iba a convertirla en la memoria de la resistencia.

En octubre de 1943, llegó a Ravensbrück junto a 24 detenidas francesas. Todas pertenecían a la categoría NN (Nacht und Nebel) noche y bruma, un tipo especial de prisioneros a quienes Hitler no quería matar para que no se volvieran mártires. Esos detenidos no tenían derecho a recibir paquetes ni correspondencia de la familia. Debían desaparecer de la sociedad.

Deportada. Lo primero que le impresionó del campo fue la presencia de la muerte. Inmediata, brutal. Un lugar habitado por "fantasmas demacrados, andrajosos, esqueléticos, perplejos, seguidos de olor a sepulcro". No dudó de que en poco tiempo sería una más del espectral cortejo. Y se aterró cuando supo que su madre, que tenía 70 años, también estaba allí.

Según el testimonio de una compañera de deportación, "Kouri", como llamaban a Germaine en el lager, estaba dominada por la pasión de comprender y por la ternura a sus semejantes. De lo primero dio prueba con un riguroso trabajo de observación y análisis que empezó desde el primer día que llegó al campo, buscando entender su lógica, más allá de que la apariencia de caos y la arbitrariedad reinantes parecían resistir cualquier ensayo de pensamiento racional. De lo segundo testimoniaron sobrevivientes amigas suyas como Anise Postel-Vinay y Margarete Buber-Neumann.

"Kouri" daba ánimo a todas, les contaba sus aventuras de etnóloga y las hacía reír con su sarcasmo. Escribió una opereta, "El Verfügbar en los infiernos", sátira sobre los vanos intentos de un naturalista para clasificar a la población del campo y los no menos vanos de una prisionera para escapar al trabajo forzado. La ingenua protagonista de la opereta sueña con el traslado a un lugar mejor: "No importa iré a un campo modelo, con todas las comodidades, agua, gas, electricidad", asegura. Mordaz, el coro replica: "Sobre todo con gas".

A principios de 1945 las autoridades de Ravensbrück decidieron "trasladar", es decir gasear, a todas las NN, a las judías, a las gitanas y a las no aptas para el trabajo. En uno de esos traslados partió para siempre la madre de Germaine. Ella se salvó gracias a la valentía de Buber-Neumann y de compañeras que la escondieron bajo un colchón en la barraca.

En abril, por gestiones de la Cruz Roja sueca, la liberaron junto a 300 prisioneras. En Suecia, adonde las enviaron para recuperarse, comenzó a recoger el testimonio de las recién liberadas. Les pidió que le hicieran una lista con el nombre de todas las que habían viajado en el mismo vagón, de las que habían compartido la barraca y el trabajo en el campo. Así pudo reconstruir el inventario de cada viaje al lager.

Escritora. En 1946, un año antes de que Primo Levi publicara en Italia Si esto es un hombre, Germaine Tillion dio a conocer Ravensbrück. Esta primera edición, a la que siguió otra en 1973 y una tercera en 1988, no centra el análisis en el testimonio ni en la vivencia personal sino en el mecanismo de explotación económica de las prisioneras y en la complementariedad de los campos de trabajo con los de exterminio. Ambos se diferenciaban solo por la velocidad y el ritmo con que consumían la materia humana. En los primeros, se trataba de meses y en los segundos, de días.

En el curso de la investigación descubrió un aspecto poco conocido: Himmler había sido gerente y jefe administrativo del sistema de explotación de Ravensbrück, también propietario del terreno donde este había funcionado y principal accionista de una de las compañías que lucraba con el trabajo esclavo. "Qué maravillosa utilización de tierras baldías y de pantanos para un capitalista ingenioso: allí donde no crece nada él instala un campo y es una verdadera mina de oro", escribió con humor negro.

En 1947 asistió como observadora al juicio contra los guardias de Ravensbrück y en 1950 estuvo presente en el proceso a Fritz Suhren, último comandante del campo. Entendió que ambos juicios, independiente de las sentencias que dictaron, habían fracasado tanto por la instrucción como por la concepción que los sustentaba. Dijo que la representación jurídica del delito, tal como la interpretó el tribunal inglés responsable del proceso, estaba lejos de rozar siquiera la naturaleza de los crímenes cometidos y la manera en que las víctimas los habían vivido. "El crimen que tienen que juzgar, es imposible de hacer con las formas ordinarias que asume la justicia", apuntó.

Observadora. En noviembre de 1954, poco después de volver de Estados Unidos a donde había viajado para intentar acceder a archivos de la policía alemana bajo la ocupación, recibió la llamada de un antiguo profesor. La convocaban para una reunión con el ministro del Interior Francois Mitterrand. Había estallado una rebelión en el Aurés, y por su conocimiento de Argelia, el profesor estimaba que Germaine podía asesorarlo. Mitterrand le propuso que viajara a la colonia para evaluar la crisis en la región.

Tras 14 años de ausencia comprobó con horror que aquellos pueblos no eran ni sombra de lo que había conocido. Ahora los campesinos, aterrados, levantaban los brazos implorando al cielo cada vez que un soldado francés les pedía documentos. Era una escena que Germaine había visto repetirse en las calles de París bajo la ocupación alemana.

Pero además supo por familias amigas que diez años atrás, en Sétif, el día que Argelia celebraba la derrota del nazismo, la manifestación había terminado en un baño de sangre. Los soldados musulmanes que habían combatido en el Ejército francés aprovecharon la conmemoración para reclamar su derecho a la independencia. Un policía vestido de civil disparó contra un muchachito que enarbolaba una bandera. Así empezó la masacre. En los días siguientes fueron asesinados un centenar de europeos y entre 20 mil y 40 mil musulmanes, según la fuente fuera francesa o argelina.

El odio venía de lejos. Había enraizado en la hambruna campesina, a consecuencia de las tierras que colonos blancos y la banca suiza habían comprado por nada a desesperados trabajadores del campo. "Golpeada, entristecida y emocionada" por lo que veía, Germaine informó que el germen de la rebelión anidaba en la miseria de esas familias. Todavía creía que la negociación era posible.

Humanista. En febrero de 1955 se encontró con Jacques Soustelle, célebre especialista en las civilizaciones maya y azteca, a quien acababan de nombrar gobernador de Argelia. Como ella, Soustelle había sido resistente de la primera hora y era un convencido de la integración argelina bajo el sistema colonial y de la necesidad de reformas sociales. Poco después el gobernador iniciaría un tortuoso itinerario político que lo llevó a apoyar la represión y la tortura en la colonia y lo convirtió en uno de los cabecillas de la OAS, organización terrorista de la ultraderecha contraria a la independencia de Argelia.

Germaine se integró al gabinete del nuevo gobernador y lanzó un proyecto socio pedagógico, los Centros Sociales, para escolarizar a los niños argelinos. La educación primaria debía complementarse con el asesoramiento a los campesinos, la capacitación profesional de los trabajadores y la extensión de los servicios de salud.

En agosto estalló una nueva sublevación en la región de Constantine, organizada por el FLN. La revuelta dejó casi cien europeos muertos. Soustelle ordenó una represalia masiva en la que murieron miles de argelinos. A partir de ese momento quedó claro que el proyecto liberal, humanista e integrador de Germaine Tillion no tenía lugar en una sociedad que se hundía en la violencia. Ella misma experimentó un cambio político radical: abandonó el reformismo colonial por el reconocimiento -como le escribió a De Gaulle- de que era imposible negar a la mayoría musulmana el derecho a la autodeterminación.

Mediadora. En enero de 1957 la guerra de Argelia entró en un punto de no retorno. El gobierno francés delegó en el Ejército la tarea de aniquilar al FLN. El general Jacques Massu, antiguo resistente, llegó a Argel al frente del X Regimiento de paracaidistas. El FLN respondió con más atentados y el llamado a una huelga general de una semana.

Massu estableció un modelo de represión basado en el secuestro, la tortura y la desaparición de militantes, simpatizantes y sospechosos de apoyar a los independentistas. No importaba el precio, había que destruir al FLN. Poco después, el general dominaba Argel pero crecía el reclutamiento de musulmanes para la causa de la independencia al ritmo de un movimiento masivo, según palabras de Germaine.

A mediados de ese año volvió a Argelia al frente de una comisión internacional para estudiar las condiciones de detención de los argelinos. Durante esa visita se entrevistó con los dos jefes más buscados del FLN, Saadi Yacef y Ali La Pointe. El primero se comprometió a que no harían más atentados con víctimas civiles si el gobierno suspendía las condenas a muerte de patriotas.

De regreso en París, Germaine obtuvo la promesa del presidente Guy Mollet de que se suspenderían las ejecuciones. Sin embargo, poco después, jóvenes de los Centros Sociales con quienes ella había trabajado fueron detenidos, torturados y guillotinados en el patio de la prisión.

Conciencia de la República. En 1958 De Gaulle asumió la presidencia. Cuatro años más tarde, Francia reconoció la independencia de Argelia. Desde antes del fin de la guerra, Germaine había iniciado un combate que mantendría los siguientes 30 años para que su país reconociera que había aplicado la tortura en Argelia y condenara esa práctica de Estado. En junio de 1961, le escribió a De Gaulle diciéndole que nunca un francés había sido juzgado por haber torturado o asesinado musulmanes: "usted puede lavarnos esa vergüenza".

En 2000 volvió a exigir, esta vez al presidente Jacques Chirac y al primer ministro Lionel Jospin, tal reconocimiento. No aspiraba a que se juzgara la responsabilidad penal individual sino a la condena del crimen de Estado. Seguía considerándose una ardiente patriota pero había sumado otras fidelidades tan inalterables como aquella que la había llevado a entrar a la red del Museo del Hombre: "A nuestra patria la amamos solo a condición de no tener que sacrificar la verdad por ella".

Fuentes: Nancy Wood, Germaine Tillion, une femme-mémoire, Éditions Autrement, 2003 e Yves Courriere, Le temps des léopards, Fayard, 1969.

(fuente: elpais.com.uy)

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